A día de hoy en Internet hay una enorme cantidad de blogs de todos los tipos. Se calcula que existen en el mundo aproximadamente unas 700 millones de páginas Web… De cualquier forma, los más destacados de todos los blogs de Internet, tienen como uno de sus temas estrellas la sexualidad humana. Y es que, estos tan visitados blogs, no dejan de sorprenderme… sobre todo debido a la concepción que tienen de la sexualidad humana: para ellos, el sexo es sobre todo una cuestión de posturas. Lo cierto es que creo que muchos de esos blogs los tienen que escribir hombres, porque somos precisamente los hombres los que más nos centramos durante las actividades sexuales en las posturitas, o sea, la posición que adoptamos al meterla… Pero a las mujeres no les importan tanto las posturas. Para las mujeres el sexo es algo más intelectual, más pasional, más sentimental. No importa tanto la mecánica como el espíritu… Y es que, me he encontrado a muchas mujeres que dicen estar convencidas de que ellas están mucho más capacitadas para gozar con el sexo que los hombres. Y es que, estas mujeres suelen presumir de que ellas llevan el ámbito de la sexualidad a un nivel superior, lo sacan del nivel mecánico en donde intenta encerrarlo el hombre, y lo suben al nivel espiritual, equiparándolo a uno de los grandes placeres del alma. No hay duda de que el sexo puede ser o un placer físico o un placer espiritual. Como placer físico, sería equiparable a cuando alguien, nos alivia el picor de espalda arrancándonos un poco; y como placer espiritual, sería equiparable a cuando nos abrazamos a alguien que queremos. Con todo, los citados blogs de arriba me causan cierta urticaria… yo ya tengo cientos de visitantes al día, pero viendo mi competencia, no me extraña que en un par de meses sean miles… En este artículo, el sexo y el seso, o lo que es lo mismo, vamos a aprender a convertir nuestra sexualidad en un placer espiritual, y no sólo físico.
Los placeres en el sexo
Los placeres puramente físicos producidos en la actividad sexual parece que siguen siendo los preferidos de los hombres.. Para ellos, la anticipación del placer prometido, las dulces caricias, los arrumacos, los suspiros compartidos… son poco menos que mariconadas… Lo importante es enganchar una teta con una mano, y un culo con la otra… y luego meterla y dale que te pego… Esto también es importante, pero no debemos de confundir la sexualidad con una actividad similar a podar el seto… De echo, los hombres más preciados como amantes por las mujeres, son grandes captadores del poder espiritual de la sexualidad. En una de las corrientes del budismo, se usa la sexualidad como una forma de experiencia intelectual, una forma de poder acceder a la unidad del todo mediante el placer carnal.
Y es que, los grandes amantes hombres son especialistas en captar esos detalles espirituales que no se les escapan a las mujeres. Para ayudarnos a convertirnos en amantes totales, vamos a poner dos listas: la primera, de placeres sexuales puramente físicos; y la segunda, de placeres sexuales puramente espirituales.
Los placeres sexuales físicos
1. El placer de tocar el cuerpo de una mujer, cogerle el culo con nuestras manos, meter nuestros dedos en su juj… digo en su vagina, frotar nuestro pene sobre sus muslos… y al final, el placer de montar a nuestra pareja.
2. El placer de besar los dulces labios de una mujer, de lamer sus genitales, de chupar su dulce piel de arriba abajo.
3. El placer de de oler los fluidos corporales de una mujer, su piel con ese característico olor suave y amargo, y de oler sus fluidos vaginales, con ese olor característico a anchoas del cantábrico…
4. El placer de abrazar el cuerpo desnudo de una mujer, y frotarlo contra nuestro cuerpo también desnudo, tocarnos y abrazarnos mutuamente durante interminables minutos.
5. El placer de oír los sonidos que produce una mujer en pleno apogeo sexual: su respiración entrecortada, el movimientos que genera su cuerpo al moverse y frotarse contra las sábanas; el sonido de los apoteósicos gemidos de una mujer cuando la penetramos… sobre todo esto último. Beethoven no escribió algo tan apoteósico como los gemidos de una mujer, no hay sonido comparable en la naturaleza…
Los placeres espirituales del sexo
1. El placer de desnudarnos lentamente, junto con nuestra novia, durante interminables segundos, que parece que se detiene el tiempo.
2. El placer de sentir esa sensación dentro de nosotros, esa sensación que también es compartida por nuestra pareja, esa sensación que se da sobe todo cuando nos estamos denudando, y que se puede confundir con un infarto de miocardio (puede de echo en algunos casos desencadenar un infarto, la llamad muerte a base de polvos…), y es esa sensación que parece que se nos va a salir el corazón de su sitio, de puro placer, de pura pasión. Desde luego, es la muerte más dulce, la muerte de pasión.
3. El placer de sentir el gozo de nuestra pareja, de sentir cómo se estremece cuando la rozamos, de sentir cómo goza cuando nos frotamos contra ella, de sentir ese gozo tal, que desencadena hasta un gemido, cuando introducimos el pene dentro de ella.
4. El placer de la antelación del momento del encuentro sexual, en esos días u horas antes de nuestra cita soñada para poder amar a esa mujer que nos gusta durante horas… Reconozco que este es mi placer preferido… yo he llegado a proponer a chicas encuentros para dentro de dos meses exactos… Así, cada día que pasa, la chica y el chico logran estremecerse hasta casi perder el conocimiento, cada día queda un día menos, cada día que pasa, sentimos que nos derretimos de puro gozo, pues el momento soñado está cada vez más cercano…
5. El placer de besar y abrazar a tu novia después de haber terminado la faena… En estos momentos, los hombres estamos muy poco cachondos… pero son en estos momentos cuando, al desaparecer los sentimientos de lujuria, comienzan los sentimientos de ternura… Y es que, cuando un hombre abraza a una mujer después de haberse corrido, no lo hace con lujuria ninguna… De echo, el sentimiento que anima ese cariñoso abrazo del hombre, es el mismo que los sentimientos que sentíamos hacia las niñas cuando teníamos cuatro años, y simplemente las abrazábamos por pura ternura, como si se tratasen de un oso de peluche…